Artículo publicado en El Diario Montañés --> aquí.
El tintineo de los campanos y las voces de los pastores resonaban en la Cordillera Cantábrica cada primavera. Era el momento de subir los animales a los puertos para pasar toda la estación veraniega en alfombras verdes ricas en pastos variados. Las desbrozadoras vivientes surcaban laderas hasta llegar a su “albergue” entre cumbres, y, ahí, en los puertos, yacían y pacían hasta que el alimento dejaba de ser bañado por días dorados y noches sin manto blanco. Junto al ganado, los pastores y pastoras pasaban unos 4 meses guardando a sus animales.
El oficio de pastor y otros, prácticamente extintos, marcan un antes y un después en nuestra historia. De los oficios con arraigo al territorio a trabajos ‘multitasking’ en tiempos en los que vivir rápido y hacer cuanto más al mismo tiempo parece requisito sine qua non. Ahora, el concepto España Vaciada pone en valor la necesidad de seguir poblando el medio rural pero la fuerza de las megalópolis y otros modos de vida se imponen con más potencia…
En medio siglo muchos oficios se han extinguido o están muy cerca de desaparecer por el cambio social y económico de las últimas décadas. Además, la falta de relevo generacional y el cambio de mentalidad tradicional hacia modelos tecnológicos termina con una gran parte de estos trabajos más ligados a entornos rurales. El vive rápido y consume pronto no da tregua y tampoco nos permite detenernos a observar con mimo todas nuestras raíces etnográficas. Quizá vivimos en el futuro obsesionados en los resultados, pero sin disfrutar el presente o prestar demasiada atención al pasado.
Saber de dónde venimos nos ayuda a conocer quiénes somos y de esto saben mucho las gentes de esos años. Vicente Blanco tiene 94 años y desde que tenía 11 ha subido a los Puertos de Pineda (Palencia) casi todos los años, salvo los dos de servicio militar “la mili”. Cuenta que eran años de posguerra, de hambrunas, de mucha escasez y trabajo continuado para ganar “tres duros”. Vicente es de Los Cos, un pueblo del Valle de Liébana, en Cantabria, donde a penas hay un puñado de casas. Vive en la casa familiar con su mujer Isabel. Sus ocho hijos e hijas y sus nietos y nietas, pasan por la cocina, punto de reunión por excelencia. Antaño siempre se charlaba donde se atizaba, en la cocina, porque ahí se podía estar en esas tardes frías de invierno.
En los fogones de la casa de El Pastor encontramos peras cocidas en orujo, arráspanos, higos, mermeladas, manzanas… Todo km 0 (como se dice ahora). Charlando con Vicente veo a un hombre que se enorgullece de lo que es y de dónde está. Disfruta como un niño pequeño cogiendo higos mientras cuenta algún encontronazo con osos o alguna lobada que prefiere olvidar.
En la segunda mitad de septiembre del 2020, como todos los años, Vicente de Los Cos bajó de los Puertos de Pineda porque con casi un siglo de vida continúa trabajando en un oficio casi extinto y de gran dureza, pero que adora.
De repente, su nieta Leyre, que no llega a los 30 años, se cuela en las historias de los años 40 y nos pone su alegre banda sonora. Ella agarra la gaita con el valle de fondo y comparte con su abuelo un momento de esos que no se olvidan. Quedará inmortalizado en ese banco antes de llegar a Los Cos donde el anciano y la joven comparten conmigo historias de pastores.
Leyre y Vicente
Recuerdo también a Lupicinio Martín, otro pastor lebaniego, éste de Lomeña. Lupi, también muy conocido por ser además un gran contador de historias, es un pastor ya jubilado que habla, junto a su hija Rosi, de aquellos años cuidando el ganado. Comparte su sabiduría sobre el uso de varias plantas medicinales que ayudaban a curar y, al igual que Vicente, coincide en que fueron años muy duros.
La cocina y la lumbre envuelven las historias de Lupi, y Rosi cuenta cómo era ser la hija de un pastor. Recuerda esos veranos en los Puertos de Pineda con sus padres Lupi y Fidela. Eran años de aprendizaje donde se pescaban truchas a mano y se trabajaba con el ganado por muy pequeño que se fuera. No había tablets, ni smartphones, la televisión era el majestuoso Curavacas y a veces se colaba en escena algún actor inesperado que no era bienvenido como el lobo, el oso… Pero, esa era precisamente la figura del pastor… Velar por el ganado y coexistir con el entorno.
Lupicinio
Vicente (de 94 años y en activo todavía) y Lupi (de 87 años y ya jubilado) forman parte de una estirpe de pastores que está desapareciendo y con ellos muchos conocimientos. Patrimonio inmaterial de nuestra tierra, sabiduría popular que se irá perdiendo de generación en generación. Agradecida de conocerlos y de compartir un poco de su enorme saber tradicional. El proyecto ‘Célebres del Camino’ de la Fundación Camino Lebaniego, en el que tengo el placer de participar, pretende recordarles a ellos y a muchos/as hombres y mujeres de nuestra tierra Cantabria y en general del entorno rural.
Vicente
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